sábado, 16 de julio de 2011

Un vistazo económico a... los derechos de autor

Dos son los principales argumentos que autores(1) y editoriales esgrimen a la hora de defender la existencia de los derechos de autor:

a) Los autores merecen cobrar por su trabajo


b) Sin estos derechos, los autores no podrían dedicar su tiempo a elaborar las obras que todos disfrutamos.


Pasa que su problema no es en absoluto nuevo para la economía, por mucho que sean los más afectados por la era digital y que su trabajo sea, en gran medida, completamente intelectual. Se trata del problema de la innovación, y la incapacidad para resolverlo del mercado competitivo. Y, lo siento, pero hay aspectos en los que ya existe el estudio e, incluso, el consenso.

En principio, acorde a la libre competencia, nadie, en ningún momento, debería tener los derechos de nada. Ante estos derechos, la competencia queda, completamente, anulada, para desgracia del consumidor.
Así, si ahora no estuviera en manos de nadie la última obra de García Márquez, nos encontraríamos con que el consumidor podría, en todo momento, imprimir el libro, incluirlo en su lector de libros digitales, etc, prácticamente gratis. Las editoriales, por su parte, podrían competir por ofrecernos la edición más bonita, más acorde al gusto del lector, y también al mejor precio, en una actividad que probablemente fuera más que rentable.

Cualquier situación diferente de ésta conlleva un beneficio para unos pocos en detrimento de la sociedad por entero.

¿Qué pasa? Pues que, en este maravilloso marco, es cierto que el autor ni aparece. Su trabajo ya está hecho, no se requiere de su mano y, cómo son las cosas, ni se le pagó cuando sí estaba escribiendo (y, en consecuencia, trabajando) ni se le paga cuando su producto es consumido. Consecuencia: Efectivamente, ser autor se convertirá en un oficio muy, pero que muy complicado. Un pin para la causa de la SGAE.


Es a partir de aquí donde los que han estudiado más a fondo el tema han acordado lo evidente:Dado este caso, lo idóneo es que el trabajo en innovación se vea remunerado en la suficiente medida para que merezca la pena, y posteriormente pase a ser de dominio público. Es eficiente. Es sencillo. Y, sorprendentemente, es bastante justo. Según este concepto, Alejandro Sanz, cuyo trabajo ha sido ya remunerado de putísima madre, no tendría ningún derecho a abrir la boca, y lo que este señor está pidiendo sería, básicamente, que la gente gastase su dinero en él... ¡a cambio de nada! Que la sociedad, en conjunto, consumiera menos arte para financiar su mansión privada, su coche, sus fiestas de famosos y sus apuesto a que muchas mañanas de sofá.

Es más, cargo a locura del autor, pero apostaría porque el sistema que nos proponen, de hecho... desincentiva la creación de contenido artístico cultural. Una vez que el trabajo en tu anterior disco se remunera por encima de lo que te animaría a editarlo, pierdes todos los motivos para seguir con tu trabajo de autor, puesto que se te está remunerando por absolutamente nada.

No vamos a exponer aquí cuál sería el sistema más adecuado para remunerar a los autores: Si conceder derechos durante un número de años, o marcar una cantidad de remuneración límite; existen mil fórmulas, al igual que se podría hablar largo y tendido sobre la flexibilidad que habrían de tener los derechos de autor mientras existan. Pero sí que vamos a afirmar que lo que se propone, que desde cierta perspectiva tiene su dosis justa de sentido, es en realidad una estafa.

Se trata del arte. Lo siento mucho, pero hay cosas con las que no se juega. Y, en el actual marco, el papel de las páginas de descargas ilegales no es meramente loable: También es vital.

En fin.

#estosiesparaindignarse


(1) Sabemos que con autores hacemos referencia a una parte del colectivo, y sabemos que son los menos. Sin embargo, también son por lo general los que más seguidores tienen, los que más se publican en la red, y los que más dinero mueven en la industria; de ahí que nos permitamos la licencia de generalizar, con perdón de todos los que se salgan de este guión.



Enlaces de interés:

Escritor descubre su libro gratis en una página y explica los motivos por los que estos no pueden ser más baratos

La sorprendente verdad sobre lo que nos incentiva (ENG)

ONU: “Las leyes contra el intercambio de archivos violan los derechos humanos”

Página web de la SGAE

domingo, 3 de julio de 2011

La Naturaleza No Sabe De Hombres Gordos (sátira)

Mientras engrasamos las máquinas de la web, en las que acabar de terminar exámenes sigue dejándose notar, nos vamos a permitir subir un pequeño e irónico texto que guardábamos en la guantera. Se trata de un ejercicio de crítica hacia la manera en que se defienden y argumentan muchas de las "opiniones sobre economía" que se ponen sobre la mesa en nuestros medios. La crítica es caricaturesca, con las consecuentes injusticias, pero su intención es constructiva, lo juramos, y los puntos en que incide creemos que son... bastante acertados. Vaya un mundo raro. ¡Que la disfruten!


La Naturaleza No Sabe De Hombres Gordos



La obesidad es un mal endémico que, cada día con más fuerza, ataca en nuestro mundo provocando dolor, injusticia y, en su forma más extrema que se da en no pocos casos, la muerte. Es uno de esos males que sin ninguna duda, como seres humanos, tenemos que afrontar y que esperamos que en un futuro constituya tan sólo una mancha en el pasado de nuestra especie.

Sin embargo, seguimos engordando a los niños pequeños, haciendo rentables los mcDonalds, y en general promoviendo la sociedad del «engordismo» que hemos creado. ¿Cómo es esto?


Verán, que al ser humano le gusta comer no es algo que nos pille de nuevas. Y que las cosas que más nos gustan comer engordan, tampoco. Dulces, azúcar, pastelerías, chocolate. No obstante, y por fortuna, la naturaleza humana está diseñada bastante bien y... ¡resulta que también la vida sana tiene sus recompensas! Es más, son tantas las pegas de una dieta irresponsable que, en el fondo, comer mal, en el largo plazo, ¡carece de sentido!

Así, es probable que un niño gordo, que ha estado comiendo de más, (quizás por voluntad propia, quizás porque la información nutritiva que ha recibido haya sido insuficiente, aunque éste es otro tema) un día se mirará en el espejo, y se verá gordo. Sabe que eso tiene unas consecuencias: gusta menos a las chicas, su agilidad se ve resentida, y aumenta la pereza de su vida en general. Esto es, será consciente del coste que tiene su modo de vida, en términos tanto sociales, como personales, como de salud. Así, el coste de comer mal será infinitamente superior a sus beneficios, que son, tan sólo, un momento de placer, y tal coste aumentará además cada día que pase. El mecanismo es intuitivo y sencillo, y también, cómo no, natural. El niño irá dejando de comer, conociendo sus preferencias, hasta llegar al estado de forma físico que, acorde al sacrificio que prentenda realizar, prefiera. ¿No es perfecto?

Un niño, en libertad, crecerá sano por su propia naturaleza. Pero existen niños gordos. Toca preguntarle al autor: ¿Cómo puede ser así?

Ahora voy al supermercado y, ¿qué veo? No veo niños decidiendo cambiar su vida a tiempo. Veo madres. Madres que, al comprar, compran lo que ellas creen que es mejor para sus hijos. Por tanto, su carrito se llena de galletas ("algo que les encanta desayunar a sus hijos"), pastas, harinas, fritos y aceite. Y chocolate, claro. ¿Cómo iba a dejar a mis hijos sin chocolate? Eso sería monstruoso. Intentando hacer lo mejor para sus hijos, su intervención resulta, de entrada, cuestionable, aunque desde luego no es en su ejecución en lo que fallan, sino su concepto: Ellas creen que sus hijos quieren galletas, y compran galletas.

Así, los niños se encuentran ante una despensa/nevera que les abocará sin remedio a la gordura como única opción, y entonces pasan a aceptar tal cosa y se dedican a reducir el placer de sus vidas a su relación con las galletas.

Desaparecen los incentivos. Los niños, contra su voluntad, engordan. Madre cero, niño cero, y todos salen perdiendo.


Es curioso. Es esta nefasta intervención materna la que, con toda su buena intención, aumenta el coste de llevar una vida sana convirtiéndolo en infranqueable, y es esta misma intervención la que condena al niño en su distorsión de la realidad, que en libertad sería la deseable. Pero las madres insisten en que su papel es vital en la forma física de sus hijos. ¿Acaso no se pasa de evidenciable?

No digo que las madres no ejerzan un papel importante en el bienestar de sus hijos. Es cierto que cualquier niño necesita un impulso para comer verduras, fruta, y probar cosas nuevas, y cualquier nutricionista de nuestros tiempos, incluso aquellos que llaman defensores del «naturalismo salvaje», lo argumenta así sin pudores. Sólo expongo que, quizás, el hecho de querer hacer crecer sanos a nuestros hijos no esté en nuestras manos. Que nuestras ganas de intervenir por ellos creyendo que sabemos lo que es mejor para los mismos no hacen sino coaccionar en sus vidas en contra de su libertad con resultados, además, catastróficos.

La naturaleza está diseñada con un mecanismo infinitamente superior a la chapucera capacidad humana. ¿Por qué tenerle miedo? ¿Por qué no podemos aceptar, simplemente, sus resultados positivos y dejarle llevar a la humanidad a un mundo donde todas las personas sean, a un tiempo, más seguras, más sanas y, por qué no decirlo; ¿más atractivas?