¿Qué sucede cuando un país te debe dinero, pero no te paga?
¿Lo denuncias? ¿Presentas una queja? ¿Reclamas?
No, claro que no. Dejas de prestarle dinero. Y como tú, todo el mundo. Tampoco es que sea muy diferente a lo que sucede con una empresa en la misma situación: Se puede exigir que emplee su patrimonio en pagarte, pero como no lo tenga, es en vano reclamarle nada.
Pues bien, ésta es la situación de Grecia. El Estado debe un dinero, que pidió prestado en su día, pero llega un momento en el que nos dice que sus cuentas no le permiten pagar, entre otras cosas porque sus prestamistas ya auguran que no pagará y le piden unos intereses desorbitados para seguir endeudándose: Imposibilitando que siga pidiendo dinero. El grifo se corta, y la sequía es total: No entra dinero, no hay dinero guardado, ergo no puede salir dinero, por mucho que haga falta.
El problema que esto tiene no está en que algunos inversores pierdan el dinero invertido: Ya sabían a qué jugaban. El problema es que un estado no llega a una situación así de cualquier manera. Veamos en cifras la situación de la crisis griega:
- Decrecimiento disparado, garantía de que el desempleo seguirá aumentando, y en consecuencia lo harán los ingresos del Estado.
- Déficit insostenible que aumenta, día a día, la deuda griega.
¿Cuál es el camino que le va a sacar de ésta? ¿Cómo y cuándo? Es en vano tratar de predecirlo. Más fácil resulta hablar sobre las directrices que está por experimentar:
La actividad griega habrá de reestructurarse (esto es: pasar a trabajar en cosas más adecuadas/productivas); quizás parte de la población emigre, y lleguen inmigrantes más aptos para trabajar en ese nuevo tipo de actividad; los griegos irán dejando de vivir tan endeudados como lo han hecho; la educación presente se convertirá en un mayor capital humano... y cienmil etcéteras que ni nos planteamos. Lo único que parece claro es que el cambio que necesitan es un cambio a largo plazo. Y un largo plazo puede ser un plazo muy, muy largo: Empresas cerrarán, otras abrirán en vano, el consumo se irá reanimando de una forma muy pausada, e incluso actividades que serán oportunas cuando llegue el momento resultan inviables ahora.
Bien, ¿y hasta entonces? Si el estado heleno ha quebrado: ¿De qué vivirán los desempleados? ¿Con qué pagarán sus hospitales? ¿Cómo mantendrán las calles?
Y, en una situación de crisis como atraviesa: ¿Qué papel podrá llevar su Estado y cuál sería el correcto? ¿Qué nos dicta la experiencia de crisis pasadas?
Vamos a intentar explicar cómo debería comportarse Grecia si fuese un país independiente y solvente, y cómo puede comportarse desde su quiebra particular en el marco del euro.
A corto plazo:
Prácticamente son dos las políticas que puede emprender el Estado: La fiscal y la monetaria. La primera consiste en aumentar el déficit público para crear riqueza y estimular la economía; la segunda en aumentar el dinero en circulación, que viene a ser algo parecido a impulsar el gasto y la inversión privada. A corto plazo, ambas se han demostrado beneficiosas: Contratando a una persona para que produzca algo útil das la opción a esa persona para intercambiar el fruto de su trabajo por el de otros, que antes tenían que producir menos ante la ausencia de esa demanda. Es decir, se saca un dinero de “la nada” que da lugar a que se produzca algo nuevo con el mismo, y a que se produzca más que eso para pagar el fruto de ese trabajo.
Una tercera opción es practicar una devaluación de moneda, que a efectos prácticos es algo así como bajar a la vez todos los salarios del país respecto a los del resto del mundo (podemos comprar menos de fuera, pero podemos vender más, porque somos más baratos). Es una práctica un poco más polémica, y sus efectos pueden ser diversos, pero ha sido efectiva para la economía española, por ejemplo, en repetidas ocasiones.
Pues bien, ¿qué nos encontramos? Nada más y nada menos que una situación en la que el déficit público está descontrolado, y no hay de dónde sacar dinero para seguir aumentándolo; y en la que la política monetaria está en manos del Banco Central Europeo, por lo que escapa a las manos de Grecia. Ni política fiscal, ni monetaria, ni tipo de cambio: Las manos están atadas. Grecia, dada su circunstancia, no puede hacer simple y llanamente nada para estimular el desarrollo de su economía a corto plazo. De hecho, al no poder ni tan siquiera mantener el déficit, esta obligada a hacer... justo lo contrario. Es decir, eliminar empleos financiados con gasto público, que repercutirán en la pérdida de unos terceros puestos de trabajo. Catastrófico.
A medio plazo:
Aquí, lo lógico es que el tipo de cambio de una moneda propia se ajustase en función de cuánto prefieran los griegos comprar productos de fuera a consumir los producidos dentro, y de cuánto prefieran seguir viviendo en Grecia que marcharse al extranjero. Similar a una devaluación, pero menos brusco, y menos forzado (generalmente una devaluación devalúa de más para impulsar los efectos de hacerlo). Una segunda posibilidad sería bajar realmente los salarios, que es algo que con toda certeza ya está pasando. Reducción nefasta, pues alcanza efectivamente cuotas muy inferiores a las que habrán de darse en la “Grecia reestructurada” e induce a los profesionales más cualificados a salir del país en busca de mejores condiciones laborales, impidiendo que su economía tenga la opción de desarrollarse mediante lo que en la ciencia económica se conoce como capital humano: Habilidades y conocimientos de los trabajadores, que son una de las condiciones básicas para aumentar la calidad de vida de un país.
¿En el marco del euro? La primera opción no puede ni plantearse. ¿Qué nos queda?
La solución óptima:
La mejor solución, aunque complicada, pasaría por conseguir invertir a corto plazo gasto público en elementos que conduzcan a la reestructuración de la economía griega a largo plazo, tales como gasto en investigación, en determinadas infraestructuras, en un profesorado internacional cualificado para la enseñanza de aquellas áreas que le resulten más seductoras, etcétera, que podría ir acompañada por el resto de políticas, pero aplicadas en menor magnitud: Un poco de política monetaria que estimule la inversión, un toque del tipo de cambio que ayude a sanear temporalmente nuestra relación entre importaciones y exportaciones, una disminución de impuestos que impulse la actividad empresarial a costa de un déficit temporal, y todas las ayudas posibles que consiguiesen acelerar los efectos de ese gasto en reestructuración. No sería una panacea. No sería una garantía. Podría resultar un ajuste muy largo, y muy caro, y no está muy claro que pudiera acabar saliendo bien, pues el mundo está demasiado agitado (en especial con el crecimiento de las economías emergentes) para poder augurar que nuestro país vaya a acabar siendo atractivo en algo. Pero sería lo más adecuado. De hecho, la dificultad es eminentemente práctica: De practicarse estas políticas con tino, la victoria estaría casi asegurada.
Pero para eso hacen falta unas políticas. Y Grecia no puede disponer de ninguna. Es por esto que la Unión Europea, ante esta condición de los griegos de la que es, en parte, responsable por disponer de la política monetaria, y por condicionar también su política fiscal (que uno no entra en la UE así como así) debe tomar una decisión. Y las posibilidades son dos: “Quita” de la deuda, que es omitir que esa deuda existe, para que el estado griego pueda emplear futuros ingresos en las políticas que le convenga, o rescate financiero... que será lo que estudiaremos en la próxima ocasión.
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