Lo mejor de sacar a la palestra polémicas como pueden ser las concernientes a los derechos homosexuales o la ley del aborto es la forma en la que saltan a la luz las ideologías políticas de nuestra sociedad. Y es que, sobre el papel, todo queda que ni pintado: Ya no existen derecha ni izquierda, sino ‘centro’; ya no quedan comunistas, sino ‘socialistas’; el socialismo más moderado se transforma a su vez en ‘socialdemocracia’ y, cómo no, ya no quedan ‘conservadores’, sino meros ciudadanos ‘neoliberales’.
El problema es que toda esta nueva oleada de apelativos, que a priori podrían incluso apuntar a un progreso en el diálogo social (el conflicto entre liberalismo y socialismo también empieza a oler a podrido en la ciencia económica, pero la política siempre fue muy lenta para estas cosas) no son más que los nuevos camuflajes de unos colectivos que siguen añorando una sociedad acabada. Y, aunque creo que tendría discurso para las dos partes, hoy voy a escribir sobre la polémica del aborto y esa parte de la sociedad que se tilda de neoliberal, pero que sigue siendo profundamente conservadora. La misma parte que se aferra a los resquicios de la constitución de otra era para impedir que los homosexuales se casen en lugar de defender un cambio constitucional apropiado, y que insiste en que la definición de ‘vida’ no es la que puedan concluir los biólogos y la ciencia, sino la que le dictan sus creencias.
No lo voy a hacer solo: Sería muy inocente por mi parte tratar de aportar algo a tan estudiado debate. Mejor, dejamos el discurso en manos de la que probablemente fuera la mejor pensadora de la doctrina liberal junto a Milton Friedman: Ayn Rand
Debatir sobre qué es la vida nos supera a la mayoría, sobretodo si tratamos de limitarlo a discursos racionales. Si ya nos vamos a lo que es una ‘vida en potencia’, no te quiero ni contar. No seré yo, ni creo que sea nadie, quien encuentre deseable el aborto o critique a cualquier embarazada que rehúse a abortar cuando el embarazo le sea inconveniente. Pero, como imposición, la prohibición del aborto es ideológicamente intratable.
Como bien dice Rand, no podemos permitir que la base ideológica de un gobierno se base en la fe y las creencias, dejando a la ciencia en el lado del signo político opuesto. La ciencia, para bien o para mal, es el único mecanismo de que dispone el hombre para establecer verdades universales. Todo lo demás, son creencias, y las creencias nunca deberían ser impuestas. Las creencias son personales, y nuestro derecho a tenerlas anula automáticamente el derecho a imponerlas. Nuestra constitución defiende, en el que quizás sea su postulado más atemporal, el derecho a la vida. Perfecto. Pero, ¿para cuando una constitución que defienda el derecho a la libertad amparado en la objetividad de científica?
Enlaces relacionados:
The right Republican - portada del semanal The Economist
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