Es afortunado que, ante conflictos como el que acontece ahora mismo en Libia, se escuchen voces críticas contrarias a una intervención de su país bajo el grito de “no a la guerra”.
Es afortunado, digo, por el hecho de que implica que una serie de cerebros se ponen a funcionar, a opinar, a posicionarse bajo una posición individual llegando al extremo de decidir sublevarse contra la opinión generalizada, ¿no es así?
Pienso en ideas, pienso en reflexiones.
Pienso en que es algo demasiado extraordinario, me huele raro. Y observo:
“Guerra”, “guerra”, “guerra”, escuchamos decir una y otra vez los unos y a los otros. “No es exactamente una guerra”, dice el ministerio de exteriores; “es guerra, como Irak”, apunta su oposición; “no a la guerra”, gritan los más disidentes... y llega de repente un punto en el que, mi gozo en un pozo, ya no entiendo nada. Más concretamente, no entiendo por qué la gente, cuando se para a pensar, se queda a medio camino y conforma, sin vacilar, opinión. Por qué hay tantas trabas con la palabra “guerra”, y apenas se encuentran preguntas atrevidas que lleguen hasta el final y nos obliguen a plantearnos: ¿Qué es la guerra?
Pues bien, aclarado esto uno que se atreve, sin ser en absoluto más especialista en el tema que lo que puede ser cualquiera, a lanzar la pregunta caliente: ¿qué es la guerra?
La guerra es violencia. Una forma concreta de practicarla, pero violencia al fin y al cabo. La guerra es fuerza. La ONU decide que un dictador-jefe de estado-como quieras llamarlo está aniquilando a su pueblo, y decide emplear dicha violencia para pararlo. Si las tropas de Gadafi superasen a las suyas, ni se lo plantearía: Lo que dijera Gadafi haría ley. Podría quejarse, como hace el pueblo libio; podría incluso sacrificarse y decidir que sus soldados fueran aniquilados por el dictador en acto de insumisión: Si éste estuviera dispuesto a llegar hasta el final, y fuera más fuerte, su palabra sería la última, y su poder, absoluto.
“¿De qué sirve ese poder si nadie está dispuesto a escucharte?” sería aquí oportuno preguntar. “De nada”, coincidiremos al responder. Mas, ¿acaso no es lógico y humano que una gran parte de Libia prefiera hacer caso al poder que morir sacrificada para dejar a éste sin significado? ¿cuál es el límite hasta el que se puede exigir a un pueblo que se rebele al poder? La violencia no es sólo muerte: Incluye el dolor, la tortura: ¿De verdad puede ser un argumento esperar que todo el mundo llegue hasta el final para que dicha violencia carezca de significado?
Entiendo que no. Pero vamos más allá: ¿se puede saber en qué consiste nuestra sociedad? ¿no es acaso en que, cuando alguien no obra según unos principios mayoritarios, ese alguien es reprendido y condenado? Y, ¿se puede saber cómo hacer eso sin violencia? En el momento en el que un policía aparece en la casa de un criminal y, si éste pretende escapar, le dispara (deliberadamente)... ¿no estamos acaso practicando algo muy parecido a la guerra?
Claro, la ley son unos principios establecidos, conocidos, y aceptados (como también lo son, por cierto, los derechos humanos), pero, ¿cómo se impusieron esos principios? Sin pretender hacer de esto argumento: ¿qué estado carece hoy en día de una guerra civil a sus espaldas? Si ningún pueblo hubiese practicado esa violencia sobre los seguidores de los antiguos “señores feudales”, que no dudaban en hacer práctica de la fuerza para imponer un estilo de vida sustentado en la miseria de una mayoría, ¿en qué clase de sociedad viviríamos hoy? ¿cuántas vidas habrían empeorado cuánto hasta que, en el mejor de los casos, a algún poderoso le hubiese dado por creer en la igualdad y el progreso?
¿Qué hubiera pasado en 1936 si en España si los militares hubiesen estado del lado de la república? ¿Y si hubiesen decidido refrendar el 23F? ¿Hasta que punto es lícito dejar que aquellos que de hecho declaran la guerra se puedan salir con la suya o pedir a quienes nos rodean que mueran por no hacer uso de la violencia?
La fuerza/violencia/guerra ha existido siempre, y siempre ha habido alguien que la ha aprovechado. Me gusta creer que su legitimidad era nula, pero lo que por desgracia está claro es que su imposición era absoluta.
Oye, ¿y si no existiera hoy por hoy la violencia? ¿Qué pasaría en el momento en el que alguien decidiera invadir tu casa, robar tu comida, escupir en el cuarto de tus hijos y cagarse en tu sofá?
Ya, claro que junto a la “ausencia de violencia” deberían ir ligados muchos otros valores que la hicieran innecesaria... Pero es que resulta que, de darse éstos, no existiría la violencia legítima, evidentemente: Sería absurdo que existiesen policías allá donde nadie incumple ni va a incumplir la ley. El poder tampoco tiene ningún sentido si todos obedecen ya a los ideales en los que crees, eso está claro; pero no es el caso, y cada día vemos en nuestros telediarios a enfermos que se creían con el derecho de matar a su mujer. O a sus ciudadanos.
Sé que también hay pensadores y sociólogos que establecen la relación contraria (ausencia de violencia genera ausencia de comportamientos delictivos): Es algo sobre lo que no soy muy capaz de opinar en términos “teóricos” o “idílicos”. Sé que en la situación actual se dan ambos episodios. Sé que la eliminación sólo puede ser progresiva. Y, la verdad, no veo que se pueda dar sino en una sola dirección.
“Pero la guerra es algo muy cruel: Hablamos de soldados inocentes que mueren, víctimas civiles...”: Respecto a esto, repito que hay algo que me parece muy claro: Una muerte evitable es implícitamente un asesinato. Si podías evitar la muerte de un soldado enemigo, y lo matas, estás siendo culpable de un asesinato. La responsabilidad puede llevarse más allá: Si podías evitar la muerte de un civil y dejas que lo maten, también estás siendo en cierto modo responsable del asesinato, por mucho que las armas asesinas no pertenecieran a tu nación. ¿O no?
No estoy en Libia. No conozco hasta qué punto ha reprendido Gadafi a su pueblo. Sé que se ha desatado una guerra civil en el país (nota: la guerra no la inicia la ONU, lo que hace es intervenir) y encuentro que, de ser cierto que este señor ha optado por vulnerar los derechos humanos mediante un abuso de la fuerza, la guerra puede ser más que una opción viable, la única opción.
Y si un pacifista quiere ponerse frente a las armas de un ejército para proclamar el no a la violencia (y sí, creo que éste sería un héroe) , prefiero que lo haga entre dos soldados de fracciones diferentes que están ahí porque, en cierto modo, así lo han decidido, que entre soldados armados y civiles inocentes.
¿Y quién no?
¿Y esto, qué pinta en un blog sobre economía?
El texto anterior tiene que ver con el pensamiento económico (más con el antieconómico) moderno, y mucho. Fijémonos en que todos estamos de acuerdo en que la violencia es algo terrible e indeseable, y que lo mejor hubiera sido que nadie hiciese uso de ella desde un primer momento. Si pudiéramos elegirlo todo, elegiríamos eso de una forma tan tajante que, probablemente, ni siquiera fuésemos conscientes de que hay elección.
Pero no es así.
La violencia existe, y se usa. No podemos elegir eso. Sí podemos elegir hacer uso de ella o no, y aquí es donde entran en juego las preferencias. ¿Es preferible que una persona emplee su ejército contra sus ciudadanos impunemente a que los mismos sean defendidos por fuerzas extranjeras? Exactamente, ¿cómo se supone que se puede responder ante un conflicto así? ¿barreras humanas? Existen los cascos azules, pero nadie parece aceptar que tropas extranjeras pisen suelo libio. Y su comportamiento, huelga destacar, no deja de estar refrendado por la fuerza: La razón por la que un soldado de la ONU tiene el poder que tiene es que atacar al mismo supone un conflicto con un conjunto de países más poderosos que el tuyo; si dichos países no estuviesen dispuestos a responder mediante el uso de la fuerza, los cascos azules no serían, en palabras crudas, nada.
No digo que la intervención en Libia esté siendo bien hecha, ni que sea oportuna, ni legítima, porque no lo sé. La verdad, no lo creo. Sólo digo que gritar “no a la guerra” es gritar muchas cosas contra las que, qué casualidad, apenas si gritamos nunca. Que no es gritar contra la muerte de personas inocentes, ni contra la destrucción de verdes campos, ni contra las posibles represalias.
Y es que, en ocasiones, no ir a la guerra es lo que podría convertir a nuestros gobiernos en asesinos... y no lo contrario.
O es lo que yo pienso, vaya.
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